Plaza Jemaa el-Fna (en árabe جامع الفناء ŷâmiʻ al-fanâʼ), núcleo y símbolo de la ciudad de Marrakech.
Tal es el carácter de esta plaza y de las diversas actividades culturales que en ella se dan a diario que en 2008 fue inscrita en la Lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco bajo el nombre de "Espacio cultural de la Plaza Jemaa el-Fna".
Colores nocturnos
Trampa de luz
Fruta borde
Habíamos reservado en nuestra agenda de viaje una de las cinco noches para cenar en uno de los puestos de la zona central de la plaza, donde se concentran al atardecer multitud de restaurantes-ambulantes que se desmontarán unas horas después. Un increíble abanico de opciones gastronómicas calurosamente promocionadas por los "relaciones públicas" de cada uno de ellos, que hacen uso de todos sus recursos y técnicas persuasivas para convencerte de que su puesto es el mejor que encontrarás en toda la plaza, su comida inmejorable y, por supuesto, sus precios los más bajos. Todo ello envuelto por un ambiente saturado de humo, olores varios y una muchedumbre de personas caminando en todas direcciones.
Con toda esa amalgama de elementos disuasorios que nublan tu juicio, tu capacidad de decisión y directamente tu sentido de la vista, los primeros minutos dentro de esa vorágine de humareda y gentío pensé que yo no estaba hecha para ese ambiente. No me gustan las aglomeraciones, y desde luego tampoco que me asedien para venderme nada, como si no fuera ya bastante duro de por sí decidirse entre toda esa amplísima oferta culinaria, teniendo una única oportunidad para elegir uno de los muchísimos puestos propuestos. Una sóla opción para dar con un puesto que cubriera nuestras elevadas expectativas conociendo la reputación del lugar.
Y acertamos.
La plaza que sabía demasiado
Gran plano general
Pero nuestro acierto no fue mérito nuestro, ni tampoco de ninguno de los "relaciones" que nos asediaban a cada paso, sino de una recomendación que mi compañero de viaje traía consigo. El puesto 31. Tomamos aire y a por él fuimos.
Lo mejor y más sorprendente de todo es que al poco de andar deambulando entre puesto y puesto, inmersos en esa otra dimensión desconocida hasta entonces para nosotros, descubrimos que no era un ambiente tan agobiante como parecía en principio. Comprobamos que no éramos los únicos que tenían que esquivar a la muchedumbre, sino que todo el conjunto funcionaba de esa manera, sólo había que encontrar el ritmo. Aprendimos que esos "relaciones" no nos abordaban con intenciones asediadoras, sino simplemente comerciales —eso sí, sus métodos de promoción comercial se basaban en una insistencia insólita, pero no era nada más que eso, y tuvimos que aprenderlo también—. En unos minutos pasamos del agobio al acostumbramiento, y al poco tiempo me sorprendí a mí misma al descubrirme finalmente cómoda en ese ambiente, sólo necesitaba adentrarme de pleno en ese aparente caos que resultó no estar tan desordenado como parecía en un principio.
En busca del 31
Hacia el 31
Una vez decides comer lo que vayan a servirte en uno de estos puestos tienes que haber olvidado todas las normas de salubridad que en ellos se obvian, y dejarte llevar por la convicción de que, si consigues ignorar la capa de restos resecos que recubre fogones y utensilios de cocina, el olor a aceite "requeteutilizado" y los métodos de manipulación de alimentos, carentes por completo de toda higiene, entonces y sólo entonces podrás disfrutar del rico festín que por un módico precio te servirán con una sonrisa. Así que eso hicimos.
Llegando al 31
En el 31
Encontramos el puesto recomendado y tras una breve espera conseguimos sitio para sentarnos y elegir, prácticamente al azar, unos cuantos platos del menú.
Y aunque lo que veréis en la foto de aquí abajo no resulta en apariencia precisamente tentador —tampoco nos lo pareció a nosotros cuando nos lo pusieron delante—, puedo asegurar que todo estaba asombrosamente delicioso.
Sin duda todo un éxito que aún recordamos con nostalgia. No sólo por lo rico de la cena, sino también del ambiente general.
Degustando el 31
Y como cada mañana, tras la bulliciosa noche marraquechí, la plaza Jemaa el-Fna amanece completamente calmada y vacía. Los servicios de limpieza lo dejan todo despejado, reluciente y preparado para una nueva jornada de ajetreo.
Fregrón y cuenta nueva
Aquí no ha pasado nada
Pero pronto empezarán a abrir los comercios circundantes, se montarán los primeros puestos ambulantes y todo comenzará a agitarse de nuevo con ese palpitante ritmo y esa radiante vitalidad y que dan sentido a esta enorme plaza del corazón de Marrakech.
Agítese antes de usar
Y con ésta, cierro —al fin— la serie de cinco entradas sobre mi primer viaje por Marruecos.
Tal es el carácter de esta plaza y de las diversas actividades culturales que en ella se dan a diario que en 2008 fue inscrita en la Lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco bajo el nombre de "Espacio cultural de la Plaza Jemaa el-Fna".
Colores nocturnos
Trampa de luz
Fruta borde
Habíamos reservado en nuestra agenda de viaje una de las cinco noches para cenar en uno de los puestos de la zona central de la plaza, donde se concentran al atardecer multitud de restaurantes-ambulantes que se desmontarán unas horas después. Un increíble abanico de opciones gastronómicas calurosamente promocionadas por los "relaciones públicas" de cada uno de ellos, que hacen uso de todos sus recursos y técnicas persuasivas para convencerte de que su puesto es el mejor que encontrarás en toda la plaza, su comida inmejorable y, por supuesto, sus precios los más bajos. Todo ello envuelto por un ambiente saturado de humo, olores varios y una muchedumbre de personas caminando en todas direcciones.
Con toda esa amalgama de elementos disuasorios que nublan tu juicio, tu capacidad de decisión y directamente tu sentido de la vista, los primeros minutos dentro de esa vorágine de humareda y gentío pensé que yo no estaba hecha para ese ambiente. No me gustan las aglomeraciones, y desde luego tampoco que me asedien para venderme nada, como si no fuera ya bastante duro de por sí decidirse entre toda esa amplísima oferta culinaria, teniendo una única oportunidad para elegir uno de los muchísimos puestos propuestos. Una sóla opción para dar con un puesto que cubriera nuestras elevadas expectativas conociendo la reputación del lugar.
Y acertamos.
La plaza que sabía demasiado
Gran plano general
Pero nuestro acierto no fue mérito nuestro, ni tampoco de ninguno de los "relaciones" que nos asediaban a cada paso, sino de una recomendación que mi compañero de viaje traía consigo. El puesto 31. Tomamos aire y a por él fuimos.
Lo mejor y más sorprendente de todo es que al poco de andar deambulando entre puesto y puesto, inmersos en esa otra dimensión desconocida hasta entonces para nosotros, descubrimos que no era un ambiente tan agobiante como parecía en principio. Comprobamos que no éramos los únicos que tenían que esquivar a la muchedumbre, sino que todo el conjunto funcionaba de esa manera, sólo había que encontrar el ritmo. Aprendimos que esos "relaciones" no nos abordaban con intenciones asediadoras, sino simplemente comerciales —eso sí, sus métodos de promoción comercial se basaban en una insistencia insólita, pero no era nada más que eso, y tuvimos que aprenderlo también—. En unos minutos pasamos del agobio al acostumbramiento, y al poco tiempo me sorprendí a mí misma al descubrirme finalmente cómoda en ese ambiente, sólo necesitaba adentrarme de pleno en ese aparente caos que resultó no estar tan desordenado como parecía en un principio.
En busca del 31
Hacia el 31
Una vez decides comer lo que vayan a servirte en uno de estos puestos tienes que haber olvidado todas las normas de salubridad que en ellos se obvian, y dejarte llevar por la convicción de que, si consigues ignorar la capa de restos resecos que recubre fogones y utensilios de cocina, el olor a aceite "requeteutilizado" y los métodos de manipulación de alimentos, carentes por completo de toda higiene, entonces y sólo entonces podrás disfrutar del rico festín que por un módico precio te servirán con una sonrisa. Así que eso hicimos.
Llegando al 31
En el 31
Encontramos el puesto recomendado y tras una breve espera conseguimos sitio para sentarnos y elegir, prácticamente al azar, unos cuantos platos del menú.
Y aunque lo que veréis en la foto de aquí abajo no resulta en apariencia precisamente tentador —tampoco nos lo pareció a nosotros cuando nos lo pusieron delante—, puedo asegurar que todo estaba asombrosamente delicioso.
Sin duda todo un éxito que aún recordamos con nostalgia. No sólo por lo rico de la cena, sino también del ambiente general.
Degustando el 31
Y como cada mañana, tras la bulliciosa noche marraquechí, la plaza Jemaa el-Fna amanece completamente calmada y vacía. Los servicios de limpieza lo dejan todo despejado, reluciente y preparado para una nueva jornada de ajetreo.
Fregrón y cuenta nueva
Aquí no ha pasado nada
Pero pronto empezarán a abrir los comercios circundantes, se montarán los primeros puestos ambulantes y todo comenzará a agitarse de nuevo con ese palpitante ritmo y esa radiante vitalidad y que dan sentido a esta enorme plaza del corazón de Marrakech.
Agítese antes de usar
Y con ésta, cierro —al fin— la serie de cinco entradas sobre mi primer viaje por Marruecos.
Te tengo que felicitar por estas fotos, me han traído muchos recuerdos, y creo que puedo decir sin exagerar que nunca había visto capturada tan nítidamente la magia de esta plaza.
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